Munin, Olav y
el viaje a Norheim
Escrito e ilustrado por Leo Utskot
Hace mucho, mucho tiempo, cuando la gente sembraba la tierra y remaba por los fiordos en pequeñas lanchas de madera, alguien los observaba desde muy, muy arriba. Allá en lo alto, más allá de las nubes, donde el día y la noche se abrazan sin prisa, vivían los dioses.
Caminaban entre mundos, miraban dentro del tiempo, y se preguntaban por todas las cosas extrañas que hacían los humanos.
Uno de esos dioses, el gran padre Odín, disfrutaba mucho mirar lo que hacían los humanos. Y cuando quería saber más, mandaba a su fiel cuervo, Munin.
Pero Munin no era un cuervo común. Él podía ver los sueños de las personas… y recordar cosas que nadie más podía.
—Vuela por el mundo y cuéntame lo que veas, le dijo Odín una noche.
—Como tú digas, Gran Padre —respondió Munin—. Esos de allá abajo son criaturas raras: curiosas, torpes, llenas de emociones… pero, la verdad, me caen bien.
Y así, el cuervo batió sus alas y voló hacia el oeste.
Munin voló sobre montañas y valles, sobre árboles que parecían dedos verdes estirándose al cielo. Le encantaba ver los fiordos, con sus aguas tranquilas y frías, y montañas gigantes que salían como torres desde el mar.
Cuando llegó cerca de un pueblito llamado Norheim, vio algo que llamó su atención al otro lado del fiordo.
Un niño estaba parado junto al agua, viendo cómo su barquita de madera se hundía en el agua oscura.
—¡Nooo! —gritó el niño, bajando la cabeza con tristeza—. ¡Mi bote se volvió a hundir!
Un poco más atrás, estaba su abuelo, Knut, con las manos en los bolsillos y una sonrisa tranquila.
—Tal vez la próxima vez te salga mejor —dijo el abuelo con calma—. Y si quieres, te puedo ayudar.
—¡No! —respondió el niño, llamado Olav, con voz firme—. ¡Yo puedo solo!
Y así, se dio la vuelta y se fue calladito hacia su casa.
Esa noche, cuando la casa ya estaba callada y oscura, Munin voló sin hacer ruido por la ventana y se posó en el marco del cuarto de Olav.
Con sus ojos brillando como estrellas, los cerró y se metió suavecito en los sueños del niño.
Olav estaba parado al borde del muelle. Frente a él, el fiordo grande y profundo lo separaba del pueblo de Norheim. Su corazón se sentía pesado.
Pensaba en Sonia, su querida amiga, que se había mudado a Norheim.
—Ay, cómo extraño a Sonia —pensó Olav—. Ella siempre era buena conmigo. Jugábamos todos los días. Pero el fiordo es tan ancho… y yo no sé hacer un bote que me lleve hasta allá. Tal vez nunca lo logre…
Munin vio todo eso como si estuviera envuelto en niebla. Y entonces, decidió ayudar.
Al día siguiente, Olav se despertó muy temprano. Ya sabía lo que tenía que hacer.
Encontró a su abuelo Knut en el patio, limpiando unas herramientas viejas.
—Abuelo —dijo Olav con voz bajita—, ¿crees que puedas ayudarme a construir un nuevo bote? Uno que sí aguante el fiordo…
Knut sonrió con cariño.
—Claro que sí —le dijo—. Ven, te voy a enseñar cómo hacerlo.
Juntos entraron al taller. Knut le enseñó el hacha, el serrucho, el martillo y los clavos.
—Primero tenemos que encontrar madera fuerte y derecha —explicó—. Y luego empezamos el bote al revés, para que tome buena forma.
Olav ponía mucha atención mientras el abuelo le mostraba cómo poner las costillas sobre la quilla.
—No tengas miedo de preguntar —le dijo el abuelo con paciencia—. Así es como se aprende.
Pasaron varios días trabajando. Poco a poco, el bote fue tomando forma, como un cascarón al revés mirando al cielo.
Y Olav empezó a creer que sí podía lograrlo.
Por fin, el bote estuvo listo. Se veía fuerte y bonito junto al agua, con una vela nueva y sogas bien amarradas.
Olav no lo podía creer. Sonrió con todo el corazón.
—Gracias, abuelo. Creo que ahora sí vamos a lograrlo.
Knut asintió tranquilo.
—Acuérdate de agarrarte bien de las cuerdas y mirar hacia dónde sopla el viento.
Subieron al bote, y con un empujón suave, comenzaron a navegar por el fiordo. El agua brillaba bajo el sol y las montañas se reflejaban en el mar tranquilo.
Pero pronto, el viento empezó a soplar fuerte y las olas crecieron. Olav sintió su corazón latir muy rápido.
Allá arriba, Munin vio el miedo en los ojos del niño. Voló de inmediato a pedir ayuda a Odín.
Y los dioses escucharon. Poco a poco, el viento se calmó y las olas se hicieron pequeñas.
Olav y Knut respiraron tranquilos, y siguieron su viaje, cada vez más cerca de Norheim.
Cuando por fin llegaron a la playa tranquila de Norheim, Sonia los estaba esperando.
Sonrió feliz al ver a Olav.
—¡Olav! —gritó, corriendo hacia él.
Los dos niños se abrazaron con alegría, y el corazón de Olav se sintió ligero como una pluma.
Knut se quedó un poco atrás, mirando con una sonrisa. Sabía que ese viaje le había enseñado algo muy valioso a su nieto:
Que con paciencia, ayuda de quienes saben más… y un poco de valor, hasta los sueños grandes se pueden hacer realidad.
Munin, desde lo alto de un árbol, los observaba. Asintió satisfecho, abrió sus alas, y voló de regreso a Odín con muy buenas noticias.
Y así fue como la historia de Olav y Munin se contó de generación en generación, como un cuento sobre la amistad, el valor y la magia… y sobre cómo, a veces, los sueños se alcanzan con un poco de ayuda y trabajo en equipo.